Por Mercedes G. Rojo
Concha Espina, una mujer con carácter según retrato realizado por Virginia del Arco. |
Afrontar a escritores de otras
épocas nunca ha sido tarea fácil para los lectores y menos aún en un siglo como
éste en el que lo visual, su rapidez y su momentaneidad prima sobre todo lo
demás. Si a ello unimos la evolución del lenguaje, el cambio de prioridades en
temas y estilos, esa tarea se complica aún más; y si así lo es para los autores
y obras considerados como clásicos –que forman parte de la nómina de referencia
en instituciones educativas y otros ámbitos culturales- aún lo es más para quienes no han conseguido
pasar el corte de los que han establecido los criterios para que su obra forme
parte de dichas listas.
Pero ¿quién y por qué establece
dichos criterios? ¿Quién decide quiénes sí y quienes no merecen ser leídos o al
menos conocidos en su biografía y/o en su bibliografía? A estas alturas del siglo
XXI prácticamente todos somos conscientes de la arbitrariedad de tal trabajo
que, según épocas y circunstancias, puede resultar más o menos parcial. Si a
ello unimos que metódicamente, hasta hoy en día, dichos destinos han estado en
manos masculinas y con visiones claramente patriarcales –con todas las
connotaciones que ello implica- comprenderemos por qué en el listado y las
antologías generales se cuentan con los dedos de las manos los ejemplos de escritoras a lo largo de los siglos anteriores
que sin embargo en su momento dejaron patente su valía en el campo de la
creación literaria.
Afortunadamente en los últimos años,
aunque poco a poco, se va invirtiendo esa tendencia gracias fundamentalmente al
trabajo de las investigadoras y divulgadoras que se implican en ello; aunque
aún queda mucho por hacer, entre ello acercar al gran público la vida y obra de
esos personajes silenciados u ocultados, poniendo al alcance del lector claves
para comprender mejor las obras que en su momento destacaron entre el público
de cada época. En esa labor estamos el
colectivo de escritoras y artistas que desde el pasado 8 de marzo nos hemos
involucrado en el proyecto Rescatando a
Concha Espina, que al menos durante un año estará en marcha con el objetivo
de visibilizar la vida y obra de esta escritora perteneciente a la Edad de
Plata española, más allá de los prejuicios que la han condenado al ostracismo;
una ingente obra que pasa por la escritura de artículos, novelas, poesía, obras
teatrales o relatos con una gran proyección nacional e internacional avalada
desde prestigiosas e instituciones y por los más valorados premios del momento.
En determinados círculos se la
considera una autora cuyo uso del lenguaje ha quedado obsoleto. Bien es cierta
su particularidad al tratarse de lenguajes que, en cada obra, se adaptaban a la
idiosincrasia del tema que en cada momento trataba, acercándose al habla de la
zona o del grupo social que la protagonizaba, circunstancia por cierto que
siguen utilizando hoy en día muchos autores. Al margen del uso lingüístico y salvando
las distancias que imponen las distintas realidades de la época, Concha Espina
trató en sus novelas (principalmente en las más reconocidas, premiadas y de
proyección internacional) temas sociales de gran enjundia para la realidad del
momento en los que abordaba por ejemplo la situación de la mujer (La esfinge maragata) o la situación de
colectivos como el minero (El metal de
los muertos).
Volver a sumergirnos hoy en la
lectura de sus obras puede darnos idea de la modernidad de los temas afrontados
aún cuando, como es lógico y como también hicieron otros compañeros de la
generación del 98 a
la que se adscribe, utilizase para ello el lenguaje y los estilos propios del
momento. ¿Qué ha ocurrido entonces con
esta escritora? Somos muchos quienes creemos que se ha cometido con ella una
tremenda injusticia en la que se han antepuesto criterios personalistas y poco
ortodoxos a la realidad de la importancia de su obra, poniendo por bandera para
marginarla de nuestra historia literaria circunstancias que a otros no se les
ha tenido en cuenta o que se les han perdonado.
Hoy, a punto de cumplirse 150 años
de su nacimiento, ya hay movimientos que tratan de darle una nueva oportunidad
a su obra. Pero ¿cuáles podrían ser las claves para una adecuada lectura de sus
textos desde hoy?
- Desprendernos de prejuicios que poco o nada tienen que ver con la obra en sí misma sino más bien con circunstancias personales que han desembocado en determinadas situaciones por las que tal en otro momento no hubiera pasado.
- Contextualizar la época. No podemos leer una obra literaria partiendo desde las premisas de nuestra actualidad. Cada obra es hija de su época y de las circunstancias que la marcan y obviar esta realidad es una sinrazón que nos impedirá alcanzar el verdadero sentido de cada una de ellas.
- Contextualizar el lenguaje de la época. Lo mismo ocurre con el lenguaje que es un ente vivo que va evolucionando con el tiempo y las circunstancia. Solo tratando de situarnos en la época descrita en cada obra, en la realidad que recoge seremos capaces de darnos cuenta de la riqueza del mismo, del profundo conocimiento de una lengua que en cada obra se ajusta a las circunstancias descritas, al tiempo, al espacio y a la idiosincrasia de los personajes que por ella desfilan. ¿O acaso nos sería creíble un Quijote, o un Lazarillo totalmente adaptado al lenguaje y los modismos de este nuestro tiempo?
- Contextualizar las circunstancias vitales del autor. Todo autor pasa por distintas circunstancias vitales a lo largo de su existencia, circunstancias que pueden provocar giros en el desarrollo de su obra, alteraciones de un estilo, altibajos en la calidad de las obras publicadas, máxime si la escritura es el único medio de vida que se tiene y si la trayectoria es larga. En este caso tal vez existan obras que puedan considerarse como auténticas obras de arte, otras que darán pie a la profesionalidad del propio escritor, y otras que serán meros ejercicios de subsistencia. Cada persona tiene sus propios claroscuros, también en el mundo del arte. Y aún sabiendo que las circunstancias personales dejan sin duda su impronta en toda obra, deberíamos aprender a estar por encima de prejuicios banales y/o al menos aplicar el mismo criterio a todo el mundo, más allá de su condición de género, su nacionalidad, su religión, en una palabra, sus diferencias.
- Por último, sería de agradecer (tarea que alguien debería afrontar para generalizar su lectura) la incorporación a sus obras principales de un diccionario de términos o de anotaciones explicativas de algunos puntos importantes, cosa nada nueva por cierto en el mundo de la literatura, pues al cambiar los contextos hay situaciones que son incomprensibles para un lector actual. Pero ¿acaso no ocurre así, y en consecuencia a ello se ha obrado, con muchos de nuestros clásicos como el Quijote, el Libro del Buen Amor, el Lazarillo y otros, que siguen siendo referencia principal para el conocimiento de nuestra literatura?
La obra de Concha Espina tuvo la
suficiente importancia y reconocimiento
en su momento como para darle una segunda oportunidad. Una oportunidad por encima
de prejuicios banales y fobias que se asientan en nosotros desde la sinrazón,
el desconocimiento y la intransigencia hacia quienes son diferentes a nosotros.
Tal vez así, desde un acercamiento descargado de prejuicios y que parta de un
cierto conocimiento de su época y circunstancias, nos permita descubrir en ella
más rasgos de modernidad de lo que pudiéramos imaginarnos. Así le ha ocurrido a
muchas de las mujeres, de las artistas de las distintas disciplinas y edades
que, a partir de este proyecto, se han acercado a su obra y se han dejado
sorprender por ella. Así que les animamos a que también ustedes lo hagan.
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